El hincha es aquél que dice querer al club de sus amores por encima de cualquier jugador, Presidente o momento circunstancial.

Aquél que suele exigir y criticar mucho, pero hace poca o a veces nula autocrítica.

Porque es más fácil decir que la culpa es del otro que reconocer que estuvo en uno la posibilidad de haber hecho algo para que un mal momento no hubiese acontecido.

Por eso, en un club, la responsabilidad de TODO recae en el hincha.

¿POR QUÉ? Porque el hincha es (o debe ser) socio y como tal, quien pone o permitió poner al frente de su institución, a tal o cual Presidente.

Y en nuestro fútbol, si vamos a los grandes, que son quienes acaparan mayor atención, sabemos que los Presidentes que los socios han puesto en los últimos 30 años, han dejado muchísimo que desear.

Presidentes viejos en ideas, más allá de su edad, que eligen a cuerpos técnicos sobrevalorados, que generalmente viven del llanto y torneos ganados en el pasado en lugares que, como nuestro fútbol, no revisten mayor jerarquía.

Técnicos que justifican su incapacidad en arbitrajes, conspiraciones, clima, doble competencia o falta de rodaje, lesiones y muchos etc.

Esos que traen jugadores acabados por salarios exorbitantes; alguno porque ganó un campeonato uruguayo o cierto clásico tiempo atrás y a otros, simplemente, para que le cuiden sus espaldas o a pedido de algún contratista.

Claro que el hincha moderno hoy se ocupa más de otras cosas -extra fútbol- tan relevantes para la historia del club como determinar quién tiene más gente, más aliento, la bandera más grande, abandona menos (¿?), festejó su cumpleaños primero, ganó tal o cual partido hace más de medio siglo o junta más plata para una fiesta de colores que después, comparada con cualquier fiesta en el resto del mundo, termina siendo una simple kermese.

En definitiva, cosas que no aportan en nada a la grandeza de su institución.

Es propio de los tiempos que corren que un grande, que no ha ganado nada cruzando la frontera en las últimas tres décadas, disfrute de la desgracia del otro grande, que tampoco ganó nada.

Los grandes, por su gente e historia nunca dejarán de serlo pero cuidado, pensando así, como piensa el hincha moderno, estarán cada vez más alejados de lo que realmente los hizo grandes y reconocidos a nivel mundial.

Porque producto de ése hincha moderno ya están apareciendo los “dirigentes modernos”; barras o aficionados comunes devenidos en dirigentes que una vez llegados a la cúspide del club verán difícil pensar y ejecutar de manera diferente a como lo han hecho en los últimos 30 años.

Antes los Presidentes de los grandes, con aciertos o errores, eran personas de bien, caballeros, respetuosos del otro; daban todo por su club pero no solían caer en el agravio barato hacia el otro.

El gran problema hoy es que los dirigentes de los clubes son personas que están próximas a nunca haber visto ganar nada relevante, entonces, entre ellos también se trenzan a discutir por todos los temas que tan ocupados tiene al hincha moderno.

Lo que deben saber ésos hinchas es que hasta 1990 nadie perdía un minuto en hablar de las boludeces que ellos hablan. Cuando los equipos salían a la cancha no les importaba su cumpleaños, no había humo, banderas gigantes, fiesta de colores ni nada por el estilo; papel picado y mucho aliento eran suficientes para que los jugadores se lo retribuyeran con una Copa internacional.