A raíz de la obtención de la primera Copa América para Chile algunos han querido justificar -y minimizar- tamaño acontecimiento en el hecho de haberlo conseguido como anfitrión; entendiendo que ello implica contar una “ventaja” deportiva.
No comparto dicho argumento y el ejemplo de Chile ya alcanza para tirarlo abajo.
Los trasandinos previo a 2015 organizaron otros 11 certámenes continentales (seis Copa América de mayores y cinco juveniles) y 2 Copas del Mundo (una de mayores y otra juvenil); sin embargo, recién en esta edición de Copa América pudieron gritar campeón.
Y lo hicieron porque fueron los mejores hasta la final y en ella no fallaron a la hora de la definición por penales.
Es verdad que Chile, Colombia y Bolivia han ganado su única Copa América en condición de local pero no es menos cierto que el fútbol es cada vez más parejo y la condición de ser local ya no pesa como en décadas anteriores.
Si tomamos en cuenta los 20 mundiales que se han disputado hasta el momento observaremos que de 21 países organizadores sólo 6 de ellos pudieron gritar campeón (28,57%).

Y en lo que hace a Copas América, donde Uruguay por ejemplo cada vez que organizó el evento fue campeón (7/7), de 41 certámenes –ya que en 3 no hubo sede fija- en 21 el organizador se quedó con el trofeo (51%).
Pero insisto, el porcentaje ha ido bajando considerablemente con el correr de los años; si tomamos en cuenta los últimos 25 veremos que ésos números caen abruptamente lo cual evidencia lo difícil de cada competición y la paridad que existe entre todos los seleccionados.
A modo de ejemplo, desde 1986 al día de hoy nos encontraremos con que de 8 mundiales, donde hubo 9 organizadores, sólo 1 quedó para el local (11,1%) y de 12 Copas América tan sólo en 4 festejaron los anfitriones (33%).
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